Por Carlos Miguel Olmos Acuña, Magister en Estudios Latinoamericanos. Profesor de Filosofía.

 (Extraído desde Ciper )

Comentario sobre el nuevo libro del abogado Julio Cortés Morales (2023, Editorial Tempestades): «Describe como un problema central tomar en serio al fascismo y a la nueva ultraderecha como objetos de estudio, pues solo conociendo a los ‘viejos fascismos’ es que podemos analizar las expresiones políticas, sociales y culturales que en las últimas décadas han sido identificadas como sus herederas, incluso entre notorias mutaciones».

El nuevo libro de Julio Cortés Morales (Valparaíso, 1971) puede ser considerado parte de un itinerario del autor. Sucede a ¿Patria o caos? El archipiélago del posfascismo y la nueva derecha en Chile (2021), así como a una serie de columnas y otros textos suyos [ver columnas del autor en CIPER Opinión] que abordan lo que podríamos llamar «culturas de derechas», en palabras del historiador italiano Furio Jesi (quien claramente inspira el título con su libro sobre culturas de derechas como «religión de la muerte […], oscuridad mostrada como claridad, repugnancia por la historia mostrada como veneración por el pasado glorioso, inmovilismo cadavérico que se finge fuerza viva perenne»).

La extensa sección de bibliografía, unida a ciertos pasajes en clave autobiográfica, sugieren un trabajo de largo aliento y, me atrevo a decir, escrito luego de años de maduración. Sus cinco partes y 39 apartados muestran dos sugerentes excursos: uno anárquico y otro marxiano, sobre los cuales Cortés nos propone un itinerario histórico, filosófico, político y estético en torno al fascismo, aunque con el plus de una metodología cartográfica que nos ayuda a comprenderlo en su complejidad.

Ya en la parte I («Taxonomía»), Cortés describe como un problema central tomar en serio al fascismo y a la nueva ultraderecha como objetos de estudio, pues solo conociendo a los «viejos fascismos» es que podemos analizar las expresiones políticas, sociales y culturales que en las últimas décadas han sido identificadas como sus herederas, incluso entre notorias mutaciones. En este archipiélago de la nueva ultraderecha del siglo XXI, y siguiendo la lectura de Pablo Stefanoni, entre otras, el libro reconoce tres líneas de tensión: la dicotomía estatismo y antiestatismo; occidentalismo versus antioccidentalismo; y la toma de partido geopolítica a favor de Putin o del atlantismo.

Para Cortés, no existe una sola forma de fascismo histórico (un aporte metodológico decisivo del libro), sino que existió un amplio conjunto o campo de movimientos fascistas, de los cuales, solo algunos, lograron convertirse en un régimen político. Por medio de varios autores (Umberto Eco, Emilio Gentile, Roger Griffin, Robert Paxton, Norberto Bobbio, Joan Antón Mellón y otros), nos muestra el problema de esta multiplicidad de fascismos, asumiendo la confusión de una definición satisfactoria, y reconociendo que se trata de fenómenos actuales muy dinámicos, heterogéneos y que en gran medida buscan, precisamente, crear esa confusión. Es bueno tener en cuenta que la ideología fascista es extremadamente flexible: ya el libro Patriotas Indignados (2019) nos mostró que una formación política fascista no necesariamente lo es durante toda su existencia, pues existen varios casos de «partidos fascistas transitorios»; es decir, partidos de la derecha tradicional liberal conservadora que pueden adoptar temporalmente actitudes o discursos de corte fascista (lo que no implica que lo mismo no pueda ocurrir también con partidos de centroizquierda).

Para Cortés sigue siendo válida la distinción gruesa entre fascismo histórico, neofascismo y posfascismo, que va mucho más lejos de las minúsculas subculturas tipo skinheads, neonazis y fascistas esotéricos (las más conocidas por el público). Existen hoy verdaderos partidos-milicia que han sacado al fascismo del clóset y han sido un potente estímulo para la abierta fascistización de partidos y movimientos en el resto del mundo (tal vez el ejemplo más radical de este proceso sea el batallón Azov, de Ucrania). Es por esto que, en la parte II («Historia»), el libro nos recuerda que si bien el fascismo pareciera presentarse como algo tradicionalista y arcaico, es en realidad un fenómeno específicamente moderno, que intencionalmente confunde a la izquierda con la derecha, y es capaz de aparecer al mismo tiempo como arcaico y modernista. Citando a Bordiga, el fascismo no sería producto del mundo clerical ni de la derecha radical y conservadora, sino un producto moderno de la dinámica del capital.

Cortés arremete contra el fascismo histórico y su antiideología, citando a diversos autores que caracterizan no solo lo irracional de esta sino también su capacidad de adaptar diversos elementos discursivos, e incluso de ideologías rivales para sí. En tal sentido, el autor plantea una propia analogía: el fascismo es como un pulpo, que no solo cambia de color, sino que también de forma, teniendo la capacidad de imitar casi todo lo que percibe.

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De acuerdo al campo de intereses de su autor, el libro muestra una valiosa preocupación por las infancias. Citando a Horkheimer, se nos hace una llamada de atención, en el sentido de que ciertas teorías conservadoras sobre la criminalidad adolescente muestran un núcleo de verdad, pues aunque la familia fomenta un autoritarismo represivo, parece claro que, como realidad, es también uno de los obstáculos frente a las sociedades de masas. Es por lo anterior que los fascistas han considerado a la familia como un posible conspirador contra el Estado totalitario. Es decir, el fascismo es un descomponedor social por excelencia, que contrariamente a lo que se podría pensar, ataca incluso a las instituciones clásicas de la sociedad, como lo es la familia.

Además de un repaso histórico por las experiencias fascistas en Italia y Alemania, el libro señala una cuestión fundamental, al descartar aquella potencial visión revolucionaria que el fascismo intentó encarnar. Nos recuerda que el fascismo y la burguesía conformaron acuerdos que son decisivos para la supervivencia del capital (señalados en su momento por el anarquista Errico Malatesta, sin ir más lejos). Sin embargo, no podemos asociar al fascismo exactamente como una corriente de derecha convencional; o, más bien, el libro invita a una superación de la dicotomía derecha/izquierda para este análisis, pues se trata de un fenómeno novedoso y distinto, que incorpora aspectos centrales del discurso de la izquierda. Sin este elemento de confusión, el fascismo pierde su especificidad para confundirse y disolverse en la derecha propiamente tal, posición desde la cual no lograría cumplir con los objetivos específicos que tiene en la estructura y dinámicas de dominación.

Luego de un fecundo diálogo con otras aproximaciones al fascismo —como son la del «fascismo neoliberal» desarrollado por Sergio Villalobos-Ruminot, las tesis al respecto de Rodrigo Karmy y un trabajo reciente de Lazzarato— Cortés se enfrenta a lo que en la tercera parte del libro denomina «Mutación»:

Estos nuevos fascismos son el resultado de una doble mutación: el fascismo histórico y de la organización y la violencia contra revolucionaria. Las guerras totales del siglo XX «transformaron la guerra en guerra industrial y el fascismo en una organización de masas de la contrarrevolución». A diferencia de su matriz histórica, el neofascismo actual es nacional, liberal, no nacionalista, su racismo es más cultural que biológico, su agresión más defensiva que imperialista o de conquista, y «el antisemitismo ha dado paso a la fobia del islam y el inmigrante». Lo que comparten el viejo y el nuevo fascismo es el «deseo suicida» que le ha transmitido el capital, que no es producción, sin ser, al mismo tiempo, destrucción y autodestrucción’».

Con el sugerente título de «Bestiario» (parte IV) el libro continúa con una serie de clasificaciones y profundizaciones en lo que podríamos llamar «cultura de la miseria del fascismo», explorando sus diversas manifestaciones —imagino aquí al autor provisto de un traje de protección anti radiactivo— y su asombrosa flexiblidad. Es un buceo casi obsesivo, que nos hace transitar desde la fascinación hasta el horror en las distintas manifestaciones culturales fascistas, abriendo un árbol de tal diversidad que, al menos en el contexto latinoamericano, resulta en un libro de una exhaustividad pionera.

Comparecen aquí expresiones locales tales como las de los socialpatriotas, los nacionalsindicalistas, el rojipardismo y los nacional-bolcheviques, además de algunas disgregaciones «decoloniales» fascistas. Hay un muy buen capítulo dedicado al peronismo, así como un curioso apartado dedicado al «homonacionalismo», además de las ya consabidas manifestaciones esotéricas hitleristas; llegando incluso hasta géneros de música extrema, como el black-metal nacionalsocialista.

No comentaré las conclusiones de Cortés en la parte V («Balances»), pues los invito a leer el libro. Pero sí debo señalar que es una obra mayor, que debe ser contemplada, al menos, por los colectivos anticapitalistas y antifascistas, los grupos de estudios independientes y el público en general no especialista pero interesado en estos temas. En tiempos de reacción, —en los que, sin ir más lejos, un gobierno salió elegido empleando arengas como «vencer al fascismo»— este libro es una brújula que evita el uso perverso de la palabra ‘fascismo’ después de los ominosos años dictatoriales, cuando aún no tenemos claro hasta dónde pudo este hundir sus tentáculos en esa desgarradura que llamamos sociedad chilena.

¿Al fascismo sabremos vencer? Pues, primero: a estudiarlo.